En esta mi ciudad pasan muchas cosas. De eso hablo siempre en este blog del modo monótono y repetitivo que usted ya conoce y favorece con su preferencia. Pero algo que nunca pasa (y tan nunca pasa que le dediqué una pequeña película fantástica en la que pum, pasa) es la revolución. Siquiera el murmullo de la cosa política es impensable en la ciudad de Puebla, pero hoy pasó algo.
Hoy mismo, mientras me daba clicks en ciertos anuncios de esta página (cosa que no es cierto Google. Cosa que no sirvió de nada, n. doce años después.) en el tiempo muerto entre la clase de escenografía y la de administración; escuché el rumor que ruge de cientos de personas pisando en una misma dirección. Y entiéndase que no digo revolución, dije pisando en una misma dirección.
De modo que me salí del cibercafé al encuentro de la gente que marchaba, porque en ese horrible cortometraje fantástico, al personaje al que llamaríamos mi otro yo le pasaba igual: lo agarraba la revolución en la peluquería, y por miedo, sólo atinaba a preguntar sobre el juego de futbol. Pues yo no. Yo saldé mi cuenta del café y, a la consigna del bloguero consciente que se une al contingente, caminé, diríase que pisé con todos en la misma dirección.
La revolución pasará por esta esquina en (n) minutos o Pequeña crónica de la marcha estudiantil contra el aumento de precio del transporte público en la ciudad de Puebla.