Jorge Ayala Blanco habla de Viaje a Darjeeling

 
La travesía fársicoespiritual. En Viaje a Darjeeling (The Darjeeling Limited, EU, 2007), quinto filme del inclasificable satirista autor total Wes Anderson (Los excéntricos Tenembaum 01, Vida acuática 04), el accidentado voluntario lleno de vendajes Francis (Owen Wilson), el futuro padre aterrado Peter (Adrien Brody) y el autoficcionista ligador compulsivo Jack (el colibretista Jason Schwarzman) son tres típicos treintones estadounidenses en crisis desde el deceso de su padre que un buen día se han citado dentro de los gabinetes de un viejo tren de lujo para cruzar la India sagrada con triple motivo: restañar sus deteriorados lazos fraternos, emprender un viaje espiritual y visitar a su rechazante madre demasiado autónoma en un punto distante; pero pronto, entregados a nostalgias y riñas infantiloides serán expulsados del vehículo, arrastrarán las maletas heredadas del padre, abordarán diversos vehículos, andarán, salvarán a dos niños pero perderán a otro en el derrube de un primitivo puente de soga, participarán devotamente como invitados en el funeral aldeano, recibirán un mensaje materno solicitándoles que la visiten hasta la primavera, pero insistirán en hacerlo ahora, anes de que su progenitora sabia (Anjelica Huston) vuelta monja en un monasterio budista desaparezca de nuevo fugaz.

La travesía farsicoespiritual impone como única base y horizonte narrativo un tiránico tono de sátira tan imperturbable cuan irritante, por medio de una colección de imágenes inmovilizadas a la fuerza y horizontales para transmitir mejor el vértigo de las vivencias estáticas, la más sencilla estética concebible y la idea de movilidad cual nocturna rosa de Villaurrutia ("tan lentamente que su movimiento es una misteriosa forma de quietud"): encuadres exclusivos de frente y de perfil, largos desplazamientos laterales de cámara, vertiginosos pannings de 90 grados exactos, uso clave de la cámara lenta.

La travesía fársicoespiritual secreta en última inconfesable instancia una trastornada y cómica forma de lo espiritual, a modo de orfandad absoluta que sólo puede redimirse, o más bien: purgarse, por medio de un exorcismo simbólico ondamente sentido, un acercamiento agónico y lúcido a la muerte, una catarsis funeral por dentro y por fuera, un sereno reencuentro con la madre sólo para volver a perderla y el reestablecimiento del nexo fraternal en la confianza generosa.

Y la travesía farsicoespiritual culminará en el travelling de un recorrido unanimista por vagones y el desprendimiento de todas aquellas lastrantes maletas paternas para poder coincidir libremente, ¡por fin!, en un solo momento del afecto recobrado-reconciliado al interior de un aeropuerto.