Woody Allen: La ironía insaciable, por Jorge Ayala Blanco

La ironía insaciable. En Conocerás al hombre de tus sueños (You Will Meet a Tall Dark Stranger, EU-España, 2010), filme anual 41 del incansable autor total de 75 años Woody Allen (de Robó, huyó y lo pescaron 69 a un Whatever Works 09 aquí inédito), la inerme sexagenaria recién abandonada Helena (Gemma Jones) se erige en centro de unos nuevos Interiores (Allen 78), ya deleznables e imposiblemente bergmanianos, al recurrir a una charlatana vidente empañada cual Cristal (Pauline Collins), al hallar a ese hombre espiritual de sus reivindicados sueños en el triste librero gordobio Jonathan (Roger Ashton-Griffiths) que la engaña con la difunta esposa, y al colgarse de su salvadora creencia en la reencarnación como el clavo ardiente, mientras su exmarido decrépito Alfie (Anthony Hopkins en plan de enésimo alter ego vencido de aquel graciosísimo comediante ultramasoquista llamado Woody Alien) se desata en un segundo aire póstumo para hacer el opulento ridículo casándose con la vulgar furcia Dia (Frieda Pinto) que le encaja un embarazo dudosamente propio, su hija malcasada Sally (Naomi Watts) se infatua con el galerista hipócrita Greg (Antonio Banderas muy cateado), y su yerno el exprometedor novelista en crisis Roy (Josh Brolin) se apasiona por la joven guitarrista boccherianiana de la ventana de enfrente Chermaine (Lucy Punch) para decidirse a publicar con gran éxito bajo su nombre la estupenda novela del muerto equívoco Herny Strangler (Ewn Bremner) que se descubrirá aún en estado de coma, y así sucesivamente. 


La ironía insaciable hace rebosar su acervo retratístico/autorretratístico a base de una gama infinita de adolescentes tardíos emocionales de todas edades, desde veinteañeros hasta seniles, a veces irritantes, a veces patéticos, en ocasiones conmovedores, pero siempre fatigados, molidos, extenuados por su búsqueda amorosa, como ánimas en pena prófugas del excitante Manhattan de aquel i
nmadurito cincuentón inminente Allen (79) hacia el acogedor Londres archimediocre del postrer humorístico ensimismado Allen (el del tríptico La provocación / Amor y muerte / Los inquebrantables 05-07), todavía capaz de urdir imágenes refinadas (con el veterano del foco suave Vilmos Zsigmont), elegantísimas discusiones con mampara entre dos o más y elipsis de contracampos en apariencia indispensables ("¿Estás bien?"). 

La ironía insaciable afirma de manera contundente que el miedo a la soledad produce monstruos, sin saber éstos que, por más que sus infatuaciones los mueven a la indulgencia cretina y los hagan caer en indignas ridiculeces de comportamiento, jamás podrán salir de ella, de su soledad circunstanciada, recóndita y radical. 
 
La ironía insaciable está fincada en una burla cada vez más distanciada hacia su amasijo de escenas cual exitosos lances frustradas, de ahí la importancia de un omnisciente narrador en off que lugararcomunescamente cita Shakespeare como prólogo y conclusión (este fue un cuento-recuento vital lleno de ruido y furia que nada significa), se llena de invasiones calificadoras/descalificadoras ("Entonces se le ocurrió la loca idea...") y hasta de algún machacón aforismo sarcástico ("La ilusión es mejor que cualquier medicina"). 

Y la ironía insaciable se rejuvenece con eterna amargura etérea, volviendo a hacer del fracaso una metafísica narrativa y una elegía existencial, contemplando con renovada hambre sexual el cuerpo otra vez erotizado de tu bella exesposa en la ventana de enfrente siempre tan antojadiza cuan vedada ("¡Qué irónica y bella es la vida!") y presintiendo con pánico físico la resurrección irremediable que te revela ya toda la desolada miseria de tu simulación e ilegitimidades esenciales.