El sueño dorado

 
Contaré lo que soñé. Chocaba un Jetta blanco que me habían prestado. Se ponía la luz roja en el semáforo, pero no podía frenar a tiempo. En mi sueño el freno de un Jetta era menos potente que el de un Ford Ka. Entonces dejaba el auto estacionado -era de noche- y debía juntar dinero para arreglar los faros estrellados del Jetta. Hacía la cuenta de mis ahorros -esos sí, datos reales- y no me alcanzaba.

Entonces pasó lo que pasa en los sueños. El macguffin, el objetivo de reparar los faros estrellados, me dejaba una sensación de inquietud, pero durante el sueño no hacía algo para remediarlo. En cambio salía a caminar y me consolaba la idea de que el automóvil estaba afuera de un restorán, donde lo vigilaría el valet parking. Lo siguiente que pasaba era que estábamos en un festival de cine en plena central de autobuses. Mi amigo Luisito presentaba una animación y todos aplaudíamos.

Es el argumento imposible de Raúl Ruiz. Una película que no sólo empieza de cualquier modo, sino que está compuesta únicamente de comienzos. De hecho se podría hacer una película así. Sólo se necesita un personaje que diga: "Soñé que tenía que encontrar un tesoro y durante el sueño nunca lo busqué".

Tengo un poder (¡nuevo!)

Tengo un poder.
Pero como muchos superhéroes, he decidido no utilizar jamás ese poder. Así, como cuando Chespirito se prometió nunca volver a burlarse de la gente para provocar una risa, yo también abdico. Mi extraña capacidad me trajo muchos problemas. El principal de ellos fue que una vez comenzado, no paré de hacerlo día y noche durante varias semanas. Resultaba monstruoso.
Esta oscura capacidad impresiona a la gente al principio, pero luego el miedo se torna fascinación y morbo y no paran de pedirme que lo haga. Pero no hay vuelta de hoja. Estoy retirado. Que lo hagan otros.
Laia se fue de Puebla a Barcelona cuando tenía nueve años. Ha dedicado todo este tiempo a la promoción de nuestras famosas ricaletas de chile mordisqueable, ha defendido nuestra pronunciación de la ce y de la zeta; y sobre todo, ha expandido la leyenda de nuestra octava maravilla: los colosales animales de cemento del parque Juárez.
Ahora que volvió de vacaciones, ha adoptado la absurda creencia de que lo colosal de aquellos elefantes y tortugas de concreto era sólo una cuestión de proporciones infantiles. Haberle enviado una fotografía a tiempo (por ejemplo de algunas personas junto a las esculturas) pudo haber revelado la verdad: En sólo quince años, Puebla se ha poblado de gigantes.

Mural: De cómo una niña domesticó a un toro salvaje

Autor: Ernesto de Chigmecatitlán Puebla.
Cuenta la mujer de Ernesto que primero se pintó el mural y luego se puso un altar frente a él. Como el mural les parecía irrespetuoso hacia la imagen decidieron cubrirlo. Pero como tampoco quieren taparlo para siempre, le colocaron una cortina.