Mi abuelita, cada tanto, recibe la visita de sus sobrinas. Ellas, como los reyes magos, le ofrecen, a guisa de obsequio, un combo de quesadillas y memelas. Cada quien tiene en mente lo que puede ser un buen obsequio. En este caso, las memelas son grandes plastas de masa de maíz fritas en manteca de cerdo, con salsa y queso. Ella nunca hace gran halaraca de estos almuerzos. Más bien prefiere llevar un perfil modesto, también alimentario.
Luego de una de esas bacanales de memelas y quesadillas de chicharrón, mi abuelita entró a la casa y eructó de una manera profunda, llena de sabor, justo enfrente de mí.
Intuyó mi sorpresa --y el súbito alejamiento-- y sintió que se debía justificar.
--Es que me cayó pesado el café, me dijo.
Seguro que sí, abue, seguro que sí.