Labaki y Özpetek: cimbrando

Jorge Ayala Blanco

Crítico de cine del diario EL FINANCIERO desde 1989. Es profesor de historia y análisis del cine en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM. Ha publicado más de 30 libros en tres series: sobre cine mexicano, sobre cine internacional y de investigación. Es miembro de Sistema Nacional de Investigadores. Ha ganado diversos reconocimientos, como el premio UNAM de docencia en artes 2006 y la medalla Salvador Toscano 2010.




I. LA TOLERANCIA AGRIDULCE. En ¿A dónde vamos ahora? (Et maintenant on va où?/ W hall?la wayn, Francia-Líbano-Italia-Egipto, 2011), segundo filme de la simpática actriz-realizadora libanesa de 37 años Nadine Labaki (corto 11 rue Pasteur 97, largo Caramelo 07), con guión tumultuario suyo y de Rodney Al Haddid, Thomas Biegain, Jihad Hojelly y Sam Mounier para arrasar con los premios del público en Toronto y San Sebastián...

... las atribuladas mujeres de una polvorienta aldea extraviada en el semidesierto libanés, rodeada por minas sin estallar y casi despoblada de varones a causa de una prolongada guerra exterior que enfrenta a musulmanes contra cristianos, sienten la precariedad del polvorín religioso donde están situadas y, para evitar lo peor, pese a que en su pequeña comunidad aún coexiste en armonía aparente la mezquita del imán esmirriado con la iglesia del cura barbón, empiezan a tomar medidas cada vez más drásticas: queman los periódicos que publican matanzas, ven televisión con pavorosas interferencias pero en comunidad disuasiva sobre la punta de un cerro, fingen que la vieja esposa del alcalde Yvonne (Ivonne Maalouf) habla milagrosamente con la virgen, ocultan el deceso por anónimo acribillamiento del hijo de la matrona Takla (Claude Baz Moussawbaa) para no despertar deseos de venganza en nadie, y se cooperan para contratar bailarinas de vientre ucranianas que entretengan integradora-reconciliadoramente mezclados a sus maridos e hijos sobrevivientes, a los que se les habrán administrado con anterioridad euforizantes pasteles de hachís. La tolerancia agridulce secreta una inclasificable pieza de humor árabe que bajo esa advocación puede darse el lujo de sintetizar los tonos e híbridos genéricos más disímbolos: la sátira social gozosamente sacrílega (la cruz remendada del templo, la mezquita invadida por ovejas), la farsa de tinte popular (los altoparlantes manipuladores), el melodrama coral, el retrato insólito para exportación (las hileras de sillas transportadas en bici) y el drama duro. La tolerancia agridulce, a veces deliciosa, en ocasiones indigesta, alcanza sus mejores momentos gracias a su recurrencia en la comedia musical más inusitada y desmitificadora concebible, con ese pelotón de mujeres enlutadas bailando en un cementerio y dándose furiosas palmadas en el pecho durante el formidable arranque del filme, o con ese coqueteo de la aún guapa viuda musulmana Amal (Labaki misma) y el albañil cristiano que hace tortuguismo seductor al pintarle las paredes de su vivienda, más cerca de las grandiosas coreografías sacarinosas del mejor Jacques Demy (Las señoritas de Rochefort 67) y las sublimes melifluidades del sabrosón Amorcito corazón de Pedrito-Blanca Estela, que de cualquier engendro poshollywoodense. Y la tolerancia agridulce desemboca y culmina en la dudosa fábula política, o tragicómica burrada provocadora, al pretender probar que los islámicos y los cristianos son exactamente iguales y sus confesiones intercambiables en la práctica, pues a la mañana siguiente de la decisiva noche orgiástica de la catarsis drogosensual, todas las féminas amanecerán habiendo trocado velos o hiyab islámicos por atuendos occidentales (y viceversa), a la vez que queriendo imponer sus nuevas creencias a los seres cercanos, pero a la hora del sepelio del hijo muerto y cargando con el féretro ya nadie sabrá en qué parte del panteón segregado deberá ser enterrado.

II. LA IRRESPONSABILIDAD MAGNIFI- CADA.
En Una familia muy normal (Mine vaganti, Italia, 2010), octavo filme del comediógrafo turcoitaliano gay de 51 años Ferzan Özpetek (El harem 99, La ventana de enfrente 03), con guión suyo y de Ivan Cotroneo, el guapo hijo de una prejuiciosa gran familia provinciana Tommaso Cantone (Riccardo Scamarcio) regresa a Leche decidido a salir del clóset tras una larga estadía romana, pero en la magna cena de la revelación se le adelanta su hermano mayor Antonio (Alessandro Preziosi) en reconocerse públicamente gay, provocando su expulsión del nutrido núcleo hipócritamente disfuncional y un infarto al archiconvencional padre burgués autoritario Vincenzo (Ennio Fantastichini), por lo que el urbanizado muchacho aspirante a escritor deberá callarse, encargarse a fortiori de la fábrica de pasta familiar, por cesión paterna orgullosamente consoladora, y apechugar con las acometidas seductoras de la bella solitaria asocial hija de los socios Alba (Nicole Grimaudo), hasta que los amigos desinhibidos y el novio gay Marco (Carmine Recano) lo visiten y ayuden a conceder un poco de sensatez y claridad radical a la revuelta familia atrasada. La irresponsabilidad magnificada lleva su sátira antifamilia tradicional y contra el desorden moral establecido a terrenos, consecuencias y situaciones tan lógicas como absurdas, tan descabelladas cuan desternillantes, tan vulgares como exquisitas, tan reconfortantes cuanto perturbadoras, juguetonas e irritantes a la vez, irreductibles, inesperadas, inasimilables y esperanzadoras, dentro de la mejor descendencia desenfadada-degenerada del neorrealismo, en la contradicción tonal y comediógrafa puras, con una vivacidad lindante con la demagogia vitalista ya muy extraña en el descompuesto cine actual. La irresponsabilidad magnificada neutraliza la dimensión vodevilesca de enredos, o sainetera a la posGüero Castro de lujo, a base de nerviosos giros de cámara alrededor de los hablantes a la mesa o en el cara-a-cara romántico y mediante el sostenimiento de un tono coral sin verdaderos protagonistas, teniendo como magnos momentos climáticos la salida del clóset como sorpresivo madruguete traidor, los gritos de "Ladrón, ladrón" cada vez que la tía solterona alcohólica Luciana (Elena Sofia Ricci) recibe amantes nocturnos, el beso robado del chavo gay a la burguesona autoesclava que intentaba seducirlo para homologarse con ella cual cuatitas adoradas, las risotadas exhibicionistas del padre en la terraza de café para enfrentar las murmuraciones aldeanas, la sexynoche de los equívocos y las seducciones imposibles en que participan interminablemente todos los miembros de la familia Cantone, machazos o hembritas, trastornados por la invasión de los hilarantes amaneradísimos amigos gays, los flashbacks en cadena de una Novia Fugitiva que resulta ser la Abuela (Ilaria Occhini) ya sostenidamente bipartida en su época por dos galanes antitéticos, y ante todo el tragicómico atracón de pasteles con que se inmolatoriamente suicida esta vieja robacorazones. Y la irresponsabilidad magnificada se cree muy importante por mimetizarse con una contundente-unificadora sabiduría ancestral ("Si haces siempre lo que quieren los demás no vale la pena vivir" / "Comete tus propios errores") y lograr así otro equilibrio nuclear, una ecuación eroafectiva-efectiva cotidiana tan perfecta como la de Las hadas ignorantes (Özpetek 01), en la desafiante integración de una extendida familia ultrapermisiva de pueblo, por fin mariconsísima y multirreconciliada.